domingo, 15 de marzo de 2009

El Luthier de Ópera, nueva serie de fotos


Antes del verano del año pasado Cris tenía que cambiar ya de violín porque aquí mi amiga ya había pegado ese estirón que la ha dejado como está ahora, con ese cuarenta y uno de pie y esa fuerza que en sus abrazos te deja sin aliento. El violín de tres cuartos en su hombro y mano le quedaba como esos instrumentos pequeñitos que venden como broches para vestir. Así que había que cambiárselo por un cuatro cuartos y ya puestos comprarle uno que ya le durara un tiempo. Las recomendaciones apuntaban a ir a un luthier y no a una tienda normal de instrumentos musicales como en la que habíamos comprado el anterior instrumento. Ventajas de ir a un luthier según nos decían: trato mas personalizado, mejores instrumentos, posibilidad de futuros cambios, mantenimiento... Nos recomendaron El Luthier de Ópera y allí fuimos. La primera vez fué para pedir cita. No valía por teléfono, había que ir y hablar de la violinista. Bien, fuí, allí estaba Carlos el luthier atendiendo a unos clientes y parco en palabras me preguntó las características de la niña y me emplazó para unos días después. Cuando volvímos el día indicado nada más entrar por el taller comprobamos los beneficios de tratar con un luthier, en concreto con El Luthier de Ópera. Hombre joven de maneras suaves y elegantes tenía preparado un estupendo sillón antiguo para que se sentara Cris. Su madre y yo a un lado y en silencio. Los violines colgaban del techo, lo violonchelos y contrabajos apoyados por las paredes en un sótano al que se accedía de la calle por una estrecha puerta y una empinada escalera. En una bancada alta tenía una serie de violines apoyados. Cogió uno y de lo dió a Cristi. Toca algo... ¿el qué? no sé, lo que quieras le dijo. Cristina comenzó a tocar. ¿Que tal? Bueno... Ahora prueba este otro... ¿Qué tal? ¿Este mejor o peor? No sé, mejor. Los papás secando con la fregona las babillas... Y así estuvieron probando los dos hasta que finalmente dieron con el adecuado. Aquel lugar y la forma en que el luthier habia estado hablando de los matices del sonido, las características a cual más sutil de los instrumentos y en general el ambiente me cautívó. Al terminar le pregunté si le importaría que volviera en otro momento para hacer una pequeña sesión de fotos del taller. Me dijo que sí aunque declinando amablemente la posibilidad de salir él en ellas y quedamos para otro día. Volví el día acordado con la cámara y el trípode. Alrededor de las once de la mañana. Carlos estaba solo, trabajando en la parte de atrás del local, en el taller. Mientras disparaba las fotos tuvimos una amigable charla. Me contó que llevaba muchos años en este oficio, que lo aprendió de otro maestro, que no hay otra manera de aprenderlo, que no hay escuelas de luthier. Que empezó poco a poco, montó su propio taller y fué creciendo el negocio del tal manera que tuvo que ir metiendo a cada vez más empleados hasta llegar a ser siete. Aquello era una negocio rentable, pero cada vez más estresante. La cosa se fué complicando hasta que decidió cerrarlo y al cabo del tiempo abrió este taller con otra idea bien distinta, la de tener un trabajo estable, pero también más tranquilo. No tiene vocación de crecer como negocio. Ví que tenía colgados del techo algunas insignias, una especie de banderas y me empezó a hablar de cosas más personales. Su mujer es japonesa y tienen dos hijos. Los símbolos los tiene porque son practicantes de disciplinas orientales -meditación, yoga...- y su vida ha cambiado totalmente. Viene en tren desde la zona noroeste de Madrid, no va en coche. Horario continuado hasta las cinco de la tarde para poder irse a casa para estar con los suyos, en definitiva trabajar para vivir y no al revés. Su charla y su voz era moderada, pausada e irradiaba calma y serenidad. Resultó un encuentro interesante y enriquecedor.
He tardado tanto en publicar las fotos en el blog por una duda de caracter estético. Cuando me dediqué a ordenarlas y prepararlas comprobé algo que ya ví durante la sesión. Todos los instrumentos clásicos de cuerda tenían una característica común: el color. Casi todos, no todos, pero casi todos tienen un color similar y eso junto con la luz del establecimiento y el color de fondo de las paredes resultaba todo ello de la misma tonalidad y se empastaban. No soy muy partidario del uso del photoshop, tan solo tal vez para reencuadrar y poco más. Esta vez estuve durante todos estos meses probando la forma de adaptar el tema del color, pero no llegaba a ninguna conclusión. Me ponía con ello, pero al final lo dejaba. Hasta que al final tomé una decisión salomónica y tiré por la calle de enmedio. Todas las fotos irían en blanco y negro. Quería destacar la fuerza de la composión de los encuadres y el color se convirtió en una especie de estorbo. Esa fué la conclusión a la que llegué después de todo este tiempo. Sería una serie de fotografías en blanco y negro. Los instrumentos, sus formas, la manera en que estaban colocados en el taller, todo eso era lo que me interesaba y por una vez no el color. Así que ahí va la serie.

5 comentarios:

Charo dijo...

Me encantan tus comentarios y la nueva foto de encuadre es muy original

Charo dijo...

Hiciste muy bien en poner las fotos en blanco y negro

luis dijo...

Sólo un aclaración!

Sí existen escuelas de luthería,lo que pasa que hay que estudiar en ellas para aprender el oficio, y no es Carlos precisamente alguien que haya pasado por Cremona para formarse.

Simplemente eso, que no faltemos a la verdad.

Anónimo dijo...

Me gustaría aprender el oficio de luthier, así que si alguien sabe donde. Si es posible como aprendiz a cambio del trabajo, dada mi actual situación económica, mejor.

Por cierto, me encantan las fotos. Conozco a Carlos y su taller y diría que de mayor quiero ser como él si no fuera porque ya tengo unos añitos (creo recordar que soy algo mayor que él).
También me llamo Carlos

luislopezortiz@gmail.com dijo...

comentario.